Están entrando a un lugar lleno de magia donde yo......
Soy anfitriona...Deberán saber que en otra oportunidad ustedes serían mis víctimas pero en esta ocasión solo busco vuestra compañía...Compartir gustos y momentos agradables...Yo los invito a caminar a mi lado en las tinieblas...Yo los invito a entrar...Los guiaré para que vuestros ojos se deleiten ante miles de mundos creados por mágicas manos...Y a veces los dejaré entrar a mi propio mundo que encontrarán en mis palabras... Solo se pide que dejen vuestra huella...Vuestro susurro...Vuestras miradas...En definitiva vuestra presencia para poder existir...Si ustedes están ahí...Yo siempre estaré aquí...Envuelta en tinieblas...
Un saludo muy sincero..

jueves, 12 de enero de 2017


"El 18 de Noviembre de 1994, Itzhak Perlman, el violinista, entró al escenario para dar un concierto en la ciudad de Nueva York. llegar al escenario no es un pequeño logro para él, tuvo polio cuando fue niño y tiene ambas piernas sujetas con bragueros y camina con la ayuda de dos muletas.
El camina, penosa pero majestuosamente, hasta que llega a su silla. Entonces se sienta lentamente, pone sus muletas en el piso, afloja los sujetadores de sus piernas, se inclina y levanta el violín, lo pone bajo su mejilla, hace una señal al director y comienza a tocar.
Hasta ahora, la audiencia está acostumbrada a este ritual.
Pero esta vez algo anduvo mal.
Justo cuando terminaba las primeras estrofas, una de las cuerdas de su violín se rompió. Saltó como un tiro atravesando el salón. No había dudas sobre lo que pasaba, tampoco las había sobre lo que él debía hacer. Los que estábamos allí pensamos: "tendrá que levantarse, ponerse los sujetadores nuevamente, levantar las muletas y arrastrarse fuera del escenario para conseguir otro violín".
Pero él no lo hizo. Esperó un momento, cerró sus ojos y luego hizo una señal para que la orquesta comience nuevamente. La orquesta comenzó y él tocó desde el punto en el que se había detenido. Y tocó con tanta pasión, y tanto poder, como nunca antes lo habíamos escuchado.
Por supuesto todo el mundo sabía que es imposible interpretar un trabajo sinfónico con solo tres cuerdas. Pero esa noche Itzhak rehusó saberlo.
Ustedes hubiesen podido verlo modulando, cambiando, recomponiendo la pieza en su cabeza. En un punto, eso sonó como si él estuviera sacando el tono de la cuerda que se había roto y consiguiendo nuevos sonidos, en las que quedaban, que ellas nunca habían hecho jamás antes.
Cuando terminó hubo un inmenso silencio en la sala, entonces la gente se levantó y lo aclamó. Hubo un aplauso extraordinario. Todos trataban de demostrar cuánto apreciaban lo que él acababa de hacer.
Él sonrió, secó el sudor de sus cejas, y dijo en un tono reverente, pensativo, calmo:

"Ustedes saben... algunas veces, la tarea del artista es descubrir cuánta música uno puede hacer con lo que aún le queda..."

Qué maravillosa línea esta. Ha permanecido en mi mente desde que la escuché. Y ¿quién sabe? Tal vez es la definición de la VIDA, no sólo para los artistas, sino para todos. Hay un hombre que se ha preparado toda su vida para hacer música con un violín de cuatro cuerdas, quién repentinamente y en medio de un concierto, se encuentra sólo con tres cuerdas. Y la música que hizo esa noche con solo tres cuerdas, fue más hermosa, más sagrada y memorable que ninguna que haya hecho jamás.

Tal vez, nuestra tarea en este mundo que vivimos, confuso, inestable y que cambia velozmente sea hacer música, al principio con todo lo que tenemos, y luego, cuando eso no es mas posible, HACER MÚSICA CON TODO LO QUE NOS QUEDE. "

La vida en una banda

Tres famosos músicos salían del teatro donde dieron un concierto. Uno de ellos llamado Derek dijo que los esperaba en la parada de trenes y observo por última vez el hermoso país donde se encontraba.
En un pequeño bar vio una niña de aproximadamente 10 años. Tenía una ropa muy sucia y rota. Estaba sola. Sentada sin nada en la mesa. Le pareció muy extraño ver a una persona sin comida en un bar. A menos que esté esperando a la mesera. Pero dudaba que una niña de 10 o 9 años este sola en un lugar turístico como Londres. Se le acercó y se sentó frente a ella. “Donde están tus padres?” preguntó. La niña subió la cabeza y lo miró no respondió nada durante 10 segundos. “Están muertos, señor.” Derek se inclinó hacia atrás y trató de hacer como que no pasó nada. Rápidamente Derek cambió de tema y le preguntó cómo se llamaba. “ Judy” su nombre era Judy.
A Derek le daba lástima la pobre Judy. Sola sin ningún cariño por los padres. Decidió preguntarle de una buena ves si quería o podía quedarse con él. Su próximo concierto seria en 3 semanas y quería llevarla con él. “Me haría bien un poco de compañía” respondió Judy. Derek lo tomó como un Sí. Agarró a Judy de la mano y la llevó a la estación de trenes donde lo esperaban sus dos compañeros.
Santiago el baterista, observo venir a Derek de lejos con una niña agarrada de su mano. Cuando Derek llego a la estación con Judy Santiago la miro con curiosidad. “Quien es esa niña Derek?? Acaso otra paparatzi que no quería soltarte??” y echo a reír. Derek era el más cariñoso de los tres. Estaba Santiago, el más canchero, Troy, el más callado y Derek el más amoroso. “Es una amiga que encontré en un bar. Espero que se adapte a nosotros porque estará con migo un buen tiempo” respondió a su burla.
Subieron al tren. No había casi nadie. Estaban en el último vagón. Judy estaba sentada en el medio de Derek y Troy. Santiago estaba al frente de los tres. En ese viaje no hubo mucha conversación. Derek estaba un poco enojado ya que Santiago había tratado mal a Judy diciéndole paparatzi.
Cuando el viaje había terminado el tren paró en Canadá. Cuyo concierto era en ese país.
Entraron al edificio donde tendrían que crear nuevas canciones para proponer en el concierto. “Judy, este es nuestro tiempo de trabajo. Quisieras ayudarnos a escribir una canción??” le pregunto Derek. Judy no sabía nada de música ni siquiera sabía cantar. Santiago estaba enfadado. No podía creer como Derek cayó tan bajo al aceptar que una niña ni de diez años compusiera una canción con ellos. La respuesta de Judy fue positiva.
Luego de horas y horas, por fin lograron terminar su canción. Se titulaba “I found an angel” que en castellano sería “Encontré un ángel”. La llevaron a la disquera para aprobarla.
Dos días después de su entrega llamaron a Derek y transmitieron que su canción estaba aprobada. Ya que se necesitaba una canción extra en el concierto, la banda decidió tocar I found an angel al final.
Cuando la cantaron el público sintió un sentimiento especial. Por más que Judy no haya cantado bien, el público sintió lo que en verdad quisieron transmitirles.
Judy se sentía por fin con compañía. Derek la adopto como hija y Santiago era el padrino.
Cuando la banda se separó, Derek y su familia fueron a vivir a una pequeña estancia en Grecia. Troy escribía poemas para el libro de su esposa, y Santiago se convirtió en actor.

Cuento la estrella de navidad

De entre todas las estrellas que brillan en el cielo, siempre había existido una más brillante y bella que las demás. Todos los planetas y estrellas del cielo la contemplaban con admiración, y se preguntaban cuál sería la importante misión que debía cumplir. Y lo mismo hacía la estrella, consciente de su incomparable belleza.

Las dudas se acabaron cuando un grupo de ángeles fue a buscar a la gran estrella:

- Corre. Ha llegado tu momento, el Señor te llama para encargarte una importante misión.

Y ella acudió tan rápido como pudo para enterarse de que debía indicar el lugar en que ocurriría el suceso más importante de la historia.
La estrella se llenó de orgullo, se vistió con sus mejores brillos, y se dispuso a seguir a los ángeles que le indicarían el lugar. Brillaba con tal fuerza y belleza, que podía ser vista desde todos los lugares de la tierra, y hasta un grupo de sabios decidió seguirla, sabedores de que debía indicar algo importante.

Durante días la estrella siguió a los ángeles, indicando el camino, ansiosa por descubrir cómo sería el lugar que iba a iluminar. Pero cuando los ángeles se pararon, y con gran alegría dijeron “Aquí es”, la estrella no lo podía creer. No había ni palacios, ni castillos, ni mansiones, ni oro ni joyas. Sólo un pequeño establo medio abandonado, sucio y maloliente.

- ¡Ah, no! ¡Eso no! ¡Yo no puedo desperdiciar mi brillo y mi belleza alumbrando un lugar como éste! ¡Yo nací para algo más grande!

Y aunque los ángeles trataron de calmarla, la furia de la estrella creció y creció, y llegó a juntar tanta soberbia y orgullo en su interior, que comenzó a arder. Y así se consumió en sí misma, desapareciendo.

¡Menudo problema! Tan sólo faltaban unos días para el gran momento, y se habían quedado sin estrella. Los ángeles, presa del pánico, corrieron al Cielo a contar a Dios lo que había ocurrido. Éste, después de meditar durante un momento, les dijo:

- Buscad y llamad entonces a la más pequeña, a la más humilde y alegre de todas las estrellas que encontréis.

Sorprendidos por el mandato, pero sin dudarlo, porque el Señor solía hacer esas cosas, los ángeles volaron por los cielos en busca de la más diminuta y alegre de las estrellas. Era una estrella pequeñísima, tan pequeña como un granito de arena. Se sabía tan poca cosa, que no daba ninguna importancia a su brillo, y dedicaba todo el tiempo a reír y charlar con sus amigas las estrellas más grandes. Cuando llegó ante el Señor, este le dijo:

- La estrella más perfecta de la creación, la más maravillosa y brillante, me ha fallado por su soberbia. He pensado que tú, la más humilde y alegre de todas las estrellas, serías la indicada para ocupar su lugar y alumbrar el hecho más importante de la historia: el nacimiento del Niño Dios en Belén.

Tanta emoción llenó a nuestra estrellita, y tanta alegría sintió, que ya había llegado a Belén tras los ángeles cuando se dio cuenta de que su brillo era insignificante y que, por más que lo intentara, no era capaz de brillar mucho más que una luciérnaga.

“Claro”, se dijo. “Pero cómo no lo habré pensado antes de aceptar el encargo. ¡Si soy la estrella más pequeña! Es totalmente imposible que yo pueda hacerlo tan bien como aquella gran estrella brillante... ¡Que pena! Mira que ir a desaprovechar una ocasión que envidiarían todas las estrellas del mundo...”.

Entonces pensó de nuevo “todas las estrellas del mundo”. ¡Seguro que estarían encantadas de participar en algo así! Y sin dudarlo, surcó los cielos con un mensaje para todas sus amigas:

"El 25 de diciembre, a medianoche, quiero compartir con vosotras la mayor gloria que puede haber para una estrella: ¡alumbrar el nacimiento de Dios! Os espero en el pueblecito de Belén, junto a un pequeño establo."

Y efectivamente, ninguna de las estrellas rechazó tan generosa invitación. Y tantas y tantas estrellas se juntaron, que entre todas formaron la Estrella de Navidad más bella que se haya visto nunca, aunque a nuestra estrellita ni siquiera se la distinguía entre tanto brillo. Y encantado por su excelente servicio, y en premio por su humildad y generosidad, Dios convirtió a la pequeña mensajera en una preciosa estrella fugaz, y le dio el don de conceder deseos cada vez que alguien viera su bellísima estela brillar en el cielo.

UN AMOR MÁS FUERTE QUE LA SANGRE

Colgado de la suave meseta que guarda el fértil valle, por done el Nalón teje sus recortadas curvas en vueltas y revueltas, se alzan las ruinas del castillo de Blimea. Las altas cumbres, que caminan a ambos lados del río hasta perderse en la lejanía del paisaje, son COMO dos guardias legendarios, adormilados en su eterna melancolía de siglos. Tal parece como si aguardaran el sonido de un gong que les sacase de su triste letargo.
Bajo su sombra, en un gemido de trae el viento de lejanos horizontes, se mezclan al unísono, en extraña amalgama, la historia y la leyenda.
Al principio es como un susurro que va cobrando vida al rebotar en el azul cobalto de las rocas en este anochecer de estío, cuando el sol no es más que un manchón de sangre en el horizonte tachonado de nubes.
El sol ha muerto en el horizonte. Unas nubes ruedan en el cielo. La voz ha callado de pronto y el silencio ha invadido el valle. Por el sendero que conduce al castillo resuena el ruido de unos pasos.
El viajero se ha detenido ante los muros y en su imaginación se agolpan confusos recuerdos.
Fue el castillo de Blimea casa de señorio y misericordia. Las cadenas que hasta hace pocos años se conservaron en los poyos de la fachada así lo pregonaban. Todo aquel que huyese de un peligro, cualquiera que fuese, sabía que encontraba asilo tras aquellos hierros.
Era el dueño del castillo un noble caballero, señor de todo el valle. Era su mayor vicio, a la caida de la tarde, asomarse a las almenas para contemplar los dominios que allí se le ofrecían bajo los muros. La providencia solamente le había otorgado una hija, Florinda, adorada por todos los pobres de la comarca, tanto por sus dádivas como por su belleza. No causaba, por eso, extrañeza a los vecinos de Blimea ver enfilar el sendero que conducía al castillo a los nobles infanzones de las proximidades, jinetes sobre sus poderosos alazanes. Sin embargo, ninguno de ellos había logrado ganarse el amor de la APUESTA muchacha. Sólo el hidalgo de la Buelga, a quién los elegantes pero firmes, desplantes de la joven habían espoleado su orgullo, habíase hecho cuestión de honor rendir la entereza y hermosura de aquella mujer.
Cierto día llamó el padre a la joven para comunicarle su decisión de que se convirtiese en la esposa del señor de la Buelga. Entristecióse el semblante de la hija y, con voz temblorosa, no exenta de resolución, le respondió que su petición le resultaba imposible, pues había entregado su amor a otro hombre.
-¿Quién es? -quiso saber el padre-. ¿Un noble como corresponde a nuestro linaje?
La joven bajó los hojos y no contestó a la pregunta del padre. Llamearon los ojos de éste, comprendiendo el silencio de su hija.
-¡Un villano! -rugió-. ¡Dime su nombre y yo le haré PAGAR cara su osadía colgándole de la almena más alta del castillo para que sirva de ejemplo a todos los habitantes del valle!
-¡A ese precio- contestó la hija- jamás lo sabréis! Hace mucho tiempo que le quiero y antes prefiero la muerte que ser de otro hombre…
-¡Dispónte a unirte en matrimonio al señor de la Buelga; de otro modo sufrirás la misma pena que ese villano que se ha atrevido a poner los ojos en ti! ¡Todo menos mancillar el honor de nuestra alcurnia!
Dio orden para que la encerrasen en lo más alto de la torre y envió a un mensajero al señor de la Buelga anunciándole su consentimiento.
Pasaron los días. En el castillo dio comienzo una agitación inusitada. Ningún habitante del valle recordaba nada parecido. Era el día señalado para la boda de la desdichada Florinda con el orgulloso hidalgo, que llegó acompañado de lucida y poderosa escolta.
En los momentos de mayor agitación sonaron unos fuertes golpes a la puerta del castillo. Salió el señor presuroso, seguido de algunos invitados, a comprobar quién había llamado de aquella forma tan violenta. Su sorpresa no tuvo límites al encontrar pegado a las cadenas a un APUESTO mancebo, antiguo servidor suyo, que con el semblante demudado le dijo:
-Ved, señor, el tributo que cuesta separar dos almas que se aman DESDE niños; para librar a mi amada de los brazos de otro hombre yo mismo le he dado muerte. ¡Ella me lo ha suplicado y he cumplido su ruego!
-¿Quién ha sido esa infeliz criatura? -preguntó el hidalgo.
-¡Su hija, señor! -respondió con calma el joven.
Un alarido salvaje brotó de la garganta del hidalgo de Blimea que, ciego de ira, desenvainó su espada, pero, en un supremo esfuerzo, al ir a atravesarlo de una estocada, se contuvo.
-¡Libre eres!; esas cadenas gozan de inmunidad y mi casa es de señorio y misericordia -dijo mordiendo las palabras como si le estuviesen golpeando.
-Gracias señor -dijo el mancebo-; vuestra sangre es tan noble como el apellido que lleváis; pero ved qué hago con esa libertad que tan generosamente me otorgáis.
Y sacando el puñal, rojo aún de la sangre de la amada, se lo hundió en el corazón.
Fue como un velo que le cubriese de pronto los ojos. Lentamente se fue deslizando por las cadenas hasta caer tendido en el suelo.
Un ramalazo de horror cruzó el rostro de los presentes. A lo lejos, el aullido largo y lastimero de un perro se dejó caer en el silencio de la mañana como epílogo de aquella tragedia de la que fue testigo mudo el castillo de la Cabezada de Blimea.

Relato de un libro oscuro

Ni yo misma se explicar qué me llevó a interesarme por el caso del profesor Hernando, aquel apacible erudito que un buen día (es un decir) salió a la calle con una pistola automática en la mano y empezó a disparar indiscriminadamente contra todos los viandantes que se ponían a su alcance. A pesar del tiempo transcurrido, los testigos aún palidecen al recordar CÓMO dos personas murieron y otras cuatro resultaron gravemente heridas antes de que el profesor fuera reducido por la policía.
Seguramente, el número de víctimas mortales hubiera sido mucho mayor de no ser por la deficiente puntería de Hernando, pues no hay duda de que en todo momento disparó a matar. Teniendo en CUENTA la naturaleza del agresor, que hasta entonces había sido un hombre de vida pacífica y retraída, se da por hecho que sufrió un súbito ataque de locura, aunque no todos los expertos que han examinado el caso concuerden con tal hipótesis. También contribuyeron a sembrar dudas sobre su salud mental las extrañas e incoherentes palabras que escribió antes de suicidarse en su celda, pocos días después de la masacre: “Engañado por las falsas seducciones del Libro Oscuro, permití que la maldad entrara en mi alma, pensando que ella me abriría las puertas del Poder y del Conocimiento supremos. Pero nadie más volverá a caer en la trampa que me ha arrojado al Infierno: ahora el Libro reposa en el lugar que le corresponde: lugar de tinieblas y olvido, donde, como dice el profeta Isaías de la condenada Babilonia, los vampiros hallarán su refugio”.
Según creo, solo yo he intentado darles una interpretación coherente a esas enigmáticas líneas y lo cierto es que lo he conseguido sin demasiado esfuerzo. Por lo menos para mí, resultaba patente que se referían a cierto libro, que el profesor Hernando consideraba directamente relacionado con sus crímenes y que se hallaba oculto en algún lugar siniestro “donde los vampiros hallarán su refugio” (Isaías XXXIV, 14). Sin duda, los vampiros son criaturas mitológicas, pero es normal asociarlos a los murciélagos, aunque tal relación se deba más a las películas de terror que a una tradición legendaria genuina. Entonces pensé en cierta caverna, situada en la ladera de una de las abruptas montañas que rodean la localidad donde vivía Hernando. Dicha caverna es famosa entre los naturalistas porque en su interior se halla una de las principales colonias de murciélagos de toda Europa… lo cual me pareció desde el principio un DATO muy interesante. También me pareció revelador el hecho de que la cueva, pese a hallarse relativamente cerca de la villa, casi nunca reciba visitas, pues, además de ser un lugar realmente siniestro y de difícil acceso, los gases producidos por las deyecciones de los murciélagos hacen el ambiente casi irrespirable. Un buen lugar, sin duda, para ocultar algo.
Así, dispuesto a probar la veracidad de mis conjeturas, me hice con el equipo adecuado para una expedición espeleológica, me encaminé hacia la montaña donde se halla la caverna y penetré en aquel reino de tinieblas, donde, tras una larga y ardua búsqueda, encontré un paquete envuelto en tela impermeable. Tras asegurarme de que aquel paquete contenía el objeto de mi búsqueda, retorné al mundo exterior y, tras un breve descanso, examiné con suma atención aquel viejo volumen de tapas negras y páginas amarillentas, que Hernando había llamado “el Libro Oscuro”. Al reconocer la verdadera identidad del libro, recibí una sorpresa tan grata como turbadora, pues, aunque había oído hablar de él en NUMEROSAS ocasiones, hasta entonces había considerado su existencia una mera leyenda: se trataba de un ejemplar íntegro (quizás el único que quedaba en el mundo) de la edición francesa del Al-azif, financiada por el conocido ocultista Collin de Plancy e impresa clandestinamente en París a mediados del siglo XIX.
Como domino la lengua francesa, no tardé en sumergirme con verdadera pasión de bibliófilo en las enrevesadas líneas de aquel libro diabólico: acaso el tratado de magia negra más temido de todos los tiempos, cuya versión original había sido redactada en árabe DURANTE la Edad Media, y que durante siglos había circulado en secreto entre los magos del Oriente y los hechiceros de la Europa medieval, pese a que su lectura había sido terminantemente prohibida por las autoridades religiosas de cristianos y musulmanes.
Me bastó con leer un par de páginas para comprender por qué el profesor Hernando había disparado contra personas inocentes a las que ni siquiera conocía… y qué esperaba obtener a cambio. El Libro Oscuro demostraba, con argumentos irrefutables, que la verdadera esencia del universo es el Mal y que los sostenes de toda realidad, en especial de la naturaleza humana, son el Pecado y la Destrucción. Por el contrario, aquellas cosas que nosotros consideramos fuente de vida, COMO el amor o la felicidad, apenas tienen importancia en el verdadero esquema de las cosas. De hecho, apenas existen, sólo son finísimas películas de grasa flotando sobre un océano de profundidad inconmensurable, o efímeros chispazos de luz que alteran durante un instante la negrura de una noche eterna y luego se desvanecen para siempre. Como consecuencia de todo ello, el hombre sabio es aquel que renuncia a esas falsas ilusiones y une su alma a la Fuerza Primordial del universo, es decir, la Maldad, que a cambio le otorgará poderes y conocimientos más allá de los límites ordinarios. Pero, si ello es así, ¿por qué el profesor Hernando no había recibido su recompensa por haber llevado el horror y la muerte a sus estúpidos vecinos?
Entonces reflexioné y hallé la respuesta: como ya he dicho antes, el difunto profesor había disparado contra personas inocentes a las que ni siquiera conocía. Aquel fue su error, el error fatal que deslegitimó su apuesta por el Mal y le impidió acceder a la suprema sabiduría del Infierno. Dice Jesús en el Evangelio de San Mateo: “Amad a vuestros enemigos. (…) Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? (…) Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más?” Y del mismo modo el Mal, que, siendo más real que el Bien, no PUEDE ser menos exigente, dice: “Dañad a vuestros amigos. Pues si dañáis a los que os ignoran, ¿qué recompensa tendréis? Y si herís sólo a vuestros enemigos, ¿qué hacéis de más?” Por tanto, llevar el miedo y la muerte a personas desconocidas, como hizo el difunto Hernando, carece de todo mérito. Lo que hay que hacer es llevar el miedo y la muerte a quienes nos aman, nuestros amigos o, mejor aún, nuestros padres, hijos o hermanos, pues sólo así se alcanzarán las verdaderas cumbres del Pecado y el Premio correspondiente.
Así pues, yo, que no me he limitado a leer el Libro Oscuro con los ojos, sino que también he sabido interpretarlo con mi inteligencia, triunfaré donde el necio profesor Hernando fracasó miserablemente. El verdadero horror empezará pronto y yo seré su emisario. Pero antes, y por mucho que le pese a mi corazón de bibliófilo, debo deshacerme del Libro Oscuro para siempre, pues yo ya le he extraído toda su sustancia y no deseo que otros ojos se posen sobre él en el FUTURO…

NOTA DEL EDITOR: Aquí terminan las notas que escribió X, director de la Biblioteca Municipal de O…, ANTES de asesinar brutalmente a toda su familia (esposa, padres e hijos). El psiquiatra forense se empeña en relacionar los crímenes con un claro caso de perturbación mental, aunque es posible que la historia del Libro Negro sea cierta (se ha comprobado que el asesino había estado en la cueva de los murciélagos unas cuantas horas antes de la masacre y además se ha hallado en la chimenea del salón de su casa un amasijo de cenizas, que podría ser el resultado de la cremación del libro).
El resto de la historia es bien conocido por el público, pese a que aún hay muchos puntos oscuros al respecto: pocos días después de haber sido arrestado, X fue trasladado al hospital provincial, a raíz de unas anomalías orgánicas que habían empezado a manifestarse inmediatamente después de su detención y que exigían un examen médico imposible de realizar en la cárcel. Pero X nunca llegó al hospital, sino que desapareció para siempre, dejando tras él los cadáveres horrorosamente mutilados de los dos agentes que lo custodiaban. Aún hoy resulta imposible explicar cómo un hombre de constitución física más bien débil, y que debía estar esposado, pudo eliminar de tal manera a dos guardias jóvenes, fuertes y bien armados, pero los hechos están ahí y, aunque no podemos explicarlos, tampoco podemos ignorarlos. Lo único claro es que DESDE entonces no hemos vuelto a tener noticias de X, pese a los esfuerzos de la policía y la Guardia Civil para hallar su paradero. Un amigo mío, bibliófilo y amante del ocultismo, lamenta la pérdida del Al-azif, suponiendo que realmente tal volumen hubiera sido hallado y posteriormente quemado por el asesino, pues afirma que la presunta destrucción del Libro Negro ha sido una verdadera pérdida para la Humanidad. Yo, en cambio, opino que ha sido, más bien, una suerte.

La catedral de los libros:

Os dejo un fragmento de mi primera novela, La catedral de los libros, una historia llena de misterios, donde lo imposible sorprende, y el amor lo envuelve todo.
La catedral de los libros:
Había soñado un montón de tonterías y tenía hambre. En casa nunca había oído rugir mis tripas, la nevera siempre estaba llena, toda la cocina lo estaba, y mama tenía una cocinera que le ayudaba. Esperé más de una hora hasta que me entregaron el trasto, y, cuando por fin tuve la moto delante (que seguía tan indiscreta como especial para mí), lo primero que tenía que hacer era echar gasolina o me quedaría tirado en cualquier momento. Busqué una gasolinera después de comerme un bocadillo dentro del aeropuerto… Echaba de menos las comidas tan ricas de casa.
Saqué una moneda del bolsillo y me la jugué a cara o cruz, la lancé y… ¡cruz! Vale, a la derecha. Encontré fácilmente una gasolinera, casi me dejo tentar y compró unos mapas. En el fondo sabía que era un inconsciente y eso era lo que me hacía querer seguir. Era adrenalina en estado puro… seguro que cuando Claire se atrevió a enseñar mi trabajo no pensó en algo así, ¡seguro que no! Conduje despacio, no quería forzarme. Había pasado demasiado tiempo sentado en el avión, así que paré en un gran parque y anduve un poco para desentumecerme. Me crucé con varias parejas que paseaban. El aire entrando en mis pulmones, mas limpio y fresco que el de Nueva York, era muy agradable; solo habían pasado quince minutos y ya tenía la sensación de conocer el lugar. Puede que solo fuera la necesidad de arraigarme de alguna forma, protegerme de lo desconocido y no sentirme solo a merced de los elementos, de no sentir miedo como el que sentí la última vez en el hospital. Nunca me había sentido solo.
Volví a por la moto y reanudé la marcha. Acordé conmigo mismo parar cada tres horas. Conducía todo el tiempo con una buena faja lumbar, y en esa ocasión continué un poco más hasta que encontré un lugar que estaba lleno de pequeñas casas en hilera. Parecía un pequeño pueblo de paso, no entendía los carteles, pero cuando leí uno en ingles supe que estaba en una zona residencial. Todo estaba muy cuidado. Algo si llamó mi atención: los coches estaban todos juntos y perfectamente alineados, cercados por una valla de madera. Era buena idea, así se veían las calles despejadas; todo parecía más grande y se apreciaba mejor. Sin duda era un bello lugar para vivir, pero no era raro, demasiado tranquilo para lo que yo estaba acostumbrado. Continué, no quedaba mucho para que anocheciera y tenía que encontrar un sitio para dormir.
Resultó que cada cierto tiempo me iba encontrando con residenciales parecidos al primero. Al cuarto paré; era grande y los coches estaban aparcados en las puertas. Me crucé con varias personas, también pasé por delante de una peluquería y una licorería. Me animé a entrar con la esperanza de poder recibir ayuda, y de nuevo la sensación de tranquilidad me envolvió a pesar de la gente y la música. Desde la barra de la licorería me contemplaba impasible una mujer de pelo blanco, robusta y con gafas. Apenas me dirigí a ella en inglés se puso a gritar mirando hacia un lado, entonces salió un hombre sonriendo. Era un clon de la mujer, también robusto, con gafas y pelo blanco… su doble masculino. Contuve la risa mordiéndome la lengua.
-Disculpe a mi esposa, no habla bien su idioma, ¿qué le sirvo?
No me apetecía tomar nada e igualmente pedí una cerveza. Me parecía justo a cambio de información y, encima, tuve mucha suerte; justo al salir del residencial por la parte de arriba había una casa de huéspedes. La mayor parte del año permanecía cerrada, pero habían abierto hacía tan solo dos días. Pagué a aquel hombre dándole las gracias. Cuando me estaba guardando el dinero caí en algo, en el sobre había dólares y otro tipo de moneda pero la mayor parte eran libras irlandesas, ¡no había reparado en ello en todo el tiempo! Seguía sin prestar atención… me quedé muy sorprendido, era como si todo el tiempo algo me estuviera empujando a llegar hasta allí, ¡qué tontería! Me podía haber ido a cualquier otro lugar del mundo, encontrar la guía turística solo había sido casualidad. ¡Ya estaba otra vez desvariando! Llegado ese punto sabía que tenía que dormir y descansar.

Me arrodillé muy despacio con su ayuda, en el fondo de la estantería había un libro incrustado.
-Zora, acércame la linterna –me la dio y enfoque. ¨La Catedral de los libros¨ lo intente sacar pero no pude, en la mochila llevaba las tijeras, Zora me las dio y con la punta fui desencajando el libro, estaba echado hacia adelante y un poco doblado, la cadera me estaba matando ¡Ag!, chille de dolor.
-¡Para!, para un momento, déjame a mí.
Lo intento ella y en poco tiempo consiguió sacar el libro, lo dejo en la mesa y me ayudó a ponerme en pie. Me había dejado las pastillas en la habitación.
-Debió ser un accidente muy grave.
-Lo fue, estuve tres días en coma –me cogió la mano y la acaricio.
-Nunca pensé que me enamoraría de un hombre tan….
-¿Tan qué Zora?
-No lo sé.
-Ni yo de una mujer tan atrapada por las circunstancias…–nos reímos. De repente las risas pararon y miramos el libro.
Permanecimos allí hablando hasta que me encontré mejor y pude andar, Zora me pidió llevar el trasto, le dije que no, aquella moto pesaba demasiado. Tardamos bastante en llegar a Galkay. La dejé en su casa, íbamos llenos de barro, y teníamos que asearnos. Las botas pesaban el doble.

Habían pasado tres días desde mi hallazgo en el árbol, tres días sin salir de la habitación, estaba llena de libros, apuntes y notas por todos lados, tres días sin verla, había estado leyendo sin parar, alternando el libro nuevo, el de el campanario y los demás, estaba sin ducharme y afeitarme y las provisiones de la nevera agotadas. Tenía que salir y respirar aire, mi cabeza estaba llena de datos y cifras, el cuaderno lleno y a ella abandonada, necesitaba verla. Bajé al salón y me senté en el poyete-barra.
-¡Dichosos los ojos!
-Hola, Oscar. Me sirvió y luego me miró varias veces de reojo, contuve la risa y solo lo miré un instante, estaba secando la vajilla y cuando termino se acercó. Mientras me echaba mas café me pidió que entrara en su casa.
-Muchacho, algo no va bien.
-¿Qué no va bien? –nos sentamos.
-Ayer vino el señor Brian.
-¿Qué le dijo?
-No lo vi –no le entendía.
-Gabriel, el olor de la basura era insoportable y la saqué fuera antes.
-Oscar, ¿qué me quiere decir?
-La puerta estaba abierta y por eso se que vino, solo él tiene la llave del cerrojo y no la echo al irse.
-Pudo ser Zora.
-No, ella me hubiera dicho algo, esa muchacha siempre quiere saber cómo me encuentro.
-¿Y a que cree que vino?
-A llamar por teléfono.
-No veo el problema, querría hablar con algún amigo.
-¡Por la mañana!, el siempre ha venido por la tarde, y por la noche cuando ha venido algún hombre a buscar, pero ahora no hay nadie buscando, lo tuyo es diferente, ¿verdad muchacho?
-Sí, claro.
-Gabriel, si se entera de que te cuento estas cosas me hará la cruz y la raya.
-Oscar, le dije que le protegería, todo lo que me cuenta queda entre usted y yo.
-Te lo agradezco muchacho, estas muy ocupado y encima tienes que estar pendiente de un viejo como yo.
-No diga eso más, usted me cuida, es como un padre aquí –en ese momento se emocionó. Alguien le llamó a gritos desde el salón, respiro hondo y salió a seguir con su trabajo, yo detrás hasta la puerta del club.
Respiré profundo todo el trayecto hasta la casa roja, toqué a la puerta, estaba a punto de marcharme cuando la vi bajar por el camino, llevaba la falda roja arrastrando por la tierra, como el día que la vi por primera vez.

estoy ardiendo en versos que no nacen. Los siento, sin cabeza, remover el caudal de sangre virgen - alfilerazos hondos - en las hebras au...